El lenguaje será siempre una ciencia y un arte en pleno desarrollo. el universo de las ideas y los infinitos procesos de intercambio simbólico jamás habrán de estar restringidos por la semántica oficial, debido precisamente a que la comunicación no está limitada a la palabra o a los intercambios verbales.
La comunicación es absoluta y de ahí nace el principio de "la imposibilidad de no comunicar". No comunican tanto nuestras palabras, como nuestros silencios; no es tan eficaz lo que decimos como lo que callamos y nunca será tan rico lo que expresemos verbalmente como lo que pueden expresar nuestros mil códigos no verbales.
Por eso resulta torpe todo intento de censura a la palabra, manifestación mezquina de la paranoia de control de los poderosos, siempre obcecados con marcar a las ideas la frontera de lo políticamente prudente, afán propio de regímenes que pretenden contener lo incontenible: el pendular del poder y de la historia.
Desde el cristianismo temprano en Roma hasta la literatura durante la revolución cultural china, toda limitación a la libre expresión ha sido el fuelle para forjar nuevos recursos retóricos que han sustituido el facilismo del lenguaje adjetivante por la complejidad de las metáforas y metonimias. Ahí está Gao Xinjiang para mostrar que la literatura de la subversión se puede incubar en el mismo vientre de la bestia.
Pero toda tiranía, y aun las autocracias ilustradas, suelen olvidar lo estéril de acallar a los pregoneros del implacable devenir. Olvidan que no conjurarán su ocaso encerrando a los intérpretes de la realidad, ese criptograma en el que los estados demagogos transforman la realidad para los ojos y oídos de masas desinstruidas y sumidas en una dependencia narcótica de las consignas de la cultura oficial.
Censurar la libre expresión es, en suma, tan absurdo como matar a los gallos pretendiendo así retrasar el amanecer. Acallar a las aves de la mañana sólo logrará que la aurora llegue sin aviso a perforar el vientre de la noche, inundándolo todo y barriendo sin clemencia aun los más periféricos vestigios de la precedente oscuridad.
La leyes mordaza no representan preocupación, sino para aquellos que luego deberán idear cómo silenciar otros cien tipos de lenguajes.
Preocupa más otro principio de la comunicación que dice que "toda relación es, en esencia, una relación de poder". La comunicación es entonces una relación de poder entre quien dice y quien escucha. El equilibrio en esta relación lo establece el nivel crítico de la mediaciones entre interlocutores, tan capaces el uno como el otro de generar una respuesta a partir de sus competencias culturales, sociales y políticas.
Judicializar la libre expresión no va a evitar que nos comuniquemos, protestemos, satiricemos, ridiculicemos y debilitemos al poder. Lo que si busca propiciar es que quienes hasta ahora han sido aliados naturales en el proceso de transparentar el manejo del poder, se distancien para evitar la sospecha y la estigmatización de responder a intereses político partidarios.
El periodismo boliviano debe asumir que ser periodista es tomar partido a favor de la sociedad civil y que el periodista es un efectivo agente de poder; entender que la defensa de la libre expresión no es un patrimonio de los trabajadores de la información, sino además de legisladores, artistas y ciudadanos. Esa posición purista de emprender la lucha por la libre expresión en distancia de otros sectores de la sociedad civil está llevando al parcelamiento y la sectorialización una lucha cuyo desenlace nos concierne a todos.
Al final, el resultado de un eventual referéndum, con ánforas intervenidas y jueces comprados, con dictadura sindical y voto comunitario en el área rural, con padrón alienado y software Smartmatic en el cómputo, lo pagaremos todos. Una eventual derrota no será la derrota de la prensa, sino de toda la sociedad boliviana que hoy disiente; un país que deberá resignarse al dictamen de urnas y sistemas de cálculo de resultados que travisten a las mayorías en minorías.
Ha pasado antes. Nos ha pasado. El culto mecánico a las urnas pretende soslayar que no existen condiciones para garantizar la administración de los proceso electorales y puede llevarnos a un entrampado proceso de validación del poder de turno.
Debatamos y decidamos todos una estrategia. El tema en debate nos concierne a todos porque el resultado de nuestras decisiones, sea cual fuere el desenlace, lo pagaremos todos.
Es justo que decidamos todos cómo jugar las últimas cartas de la democracia.
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En un estado históricamente híper presidencialista, las universidades públicas, las prefecturas, las municipalidades, fueron reductos naturales de la democracia.
La autocracia sometió esos reductos, pero otros surgieron. La consistencia ideológica, el confinamiento, el exilio, son nuestros nuevos reductos. Desde ahí resistimos, urdimos, aguardamos, la hora de dar de nuevo batalla, el tiempo de recuperar la democracia.
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