Encontré por
primera vez a Cayetano Llobet, el socialista, en una vieja edición de Presencia,
mientras hacía una tarea escolar sobre la dictadura. Casaca de miliciano, barba
y melena generosas, Tano fue inmortalizado por la lente del reportero días antes
a los comicios que darían a Marcelo Quiroga Santa Cruz y los suyos el boleto al
parlamento.
Reencontré a
Cayetano, el analista, de manera casi inconciente en 1990 en la televisión. Camisa
y corbata, socialista desencantado de los desmanes del comunismo asiático, algo
más liberal, pero igual de vehemente. Su análisis de las noticias en ATB y
luego en PAT fueron telón de fondo de las tareas de secundaria y referencia
forzada de debate en las aulas de la universidad pública.
Pero fue sólo
hasta el conflictuado 2007 que tuve el privilegio de conocer en persona a
Cayetano, el autonomista, el estratega, el hombre. Tras el incendio de la
Prefectura de Cochabamba, en “enero negro”, me tocó recoger en el papel la retórica
magistral de Tano, mientras componía sobre la marcha, en una improvisada pieza
de oratoria, los temas centrales del mensaje que el primer prefecto electo de
Cochabamba daría tras la intentona oficialista de derrocarlo.
Tras esa
primera experiencia, acompañé con regularidad la lucidez de su reflexión. Para
los prefectos invocar su voz de augur era condición irrenunciable de decisión,
previo a cabildos, paros cívicos y diálogos entre Evo Morales y el Consejo
Nacional Democrático – concepto probablemente acuñado por él.
Bajo su intuitiva
lectura de las acciones tácticas del MAS y su comprensión dialéctica de aquel
momento político, el estado mayor autonómico, usualmente plagado de anodinos
palaciegos y otros ocasionales parásitos, se tornaba en un verdadero consejo de
guerra.
Su claridad
sobre la naturaleza jacobina de la fauna gubernamental y su certeza sobre el escenario
de desenlace que sobrevendría era nítida. La opinión y la firma de Cayetano
marcaban una línea moral que mantuvieron a raya la lógica transaccional de
aquella – Tano dixit – “partidocracia residual” que acechaba a los prefectos.
Sus
consejos labraron las victorias del movimiento autonómico. Conocía con
suficiencia de cartógrafo las posibilidades de moverse en ese escenario político-militar
complejo y entrampado que él mismo definió como “regionalización del poder”.
Las
dolencias de un cáncer incipiente y el endiosamiento prefectural alejaron su
voz del Conalde. El 4 de julio de 2008 todo lo ganado en esa guerra de guerrillas,
planificada con maestría de general cartaginés, se vino abajo con la decisión
de apostar al Revocatorio inconstitucional.
Leyendo su
autobiografía uno termina de entender por qué Tano fue uno de los escasos
políticos que entendieron que ese momento de la historia no tendría un
escenario de resolución democrática, salvo que este le conviniera al MAS. Hay
que haber estado en Europa en mayo de 1968 y en la Asamblea Popular de 1971 para
entender que Morales y García Linera no dejarían el poder voluntaria y democráticamente.
Guardo su
imagen de gladiador infatigable arengando a la resistencia a prefectos,
alcaldes y cívicos de seis regiones, mientras luchaba en silencio contra su propio
enemigo interior; y conservo, honor de honores, sus consejos en las ya más reducidas
reuniones de la resistencia al Revocatorio en Cochabamba.
Demasiados
paralelos, demasiado en común para ser un epítome objetivo. Criatura de la
izquierda puesta por la historia frente la izquierda, otro marxista más para
acompañar mi propio desencanto del eclecticismo que recicló, sin pudor, los
resabios del bolchevismo castrista, el maoísmo aymara y aun el guevarismo de
café, con el sindicalismo cocalero.
Hoy los
paralelos son más todavía – el exilio, las propinas, la incertidumbre por lo
que dejamos, la amargura por los que perdimos – y sin duda en un futuro breve,
serán aun mayores. Lo busqué sin suerte el DC en agosto pasado, tras oírlo vaticinar
en CNN el desenlace del gobierno de la coca en la era Sanabria.
Me queda su
legado de actitud irreductible frente a las circunstancias, de desafiar a la
muerte y perecer con dignidad en la lucha, de no entregarse ni entregar al
camarada; de buscar la excepcionalidad y opinar con libertad; de ser
consecuente con sus principios, aun sabiendo que podrían ponerle hoy contra la
derecha lo mismo que mañana frente a las izquierdas.
La causa
autonómica, a la que tanto le dio, le debe a Llobet el desquite. Conflicto
irresuelto, insurrección inconclusa, no habrá mejor tributo que el inevitable
retorno de la rebelión autonómica, orientada por sus escritos e inspirada por
el ejemplo de su actitud irreductible.
Hasta que
la historia nos reúna de nuevo, sea en el frente autonómico o en sus páginas, camarada
Tano.
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