sábado, 10 de mayo de 2014

Los cabos sueltos

Pese al monopolio institucional y el vacío de contrapesos, la censura informativa, su eficaz control de medios y el impacto de la Jauja de la coca en la microeconomía, en lo que va de 2014 el régimen de Evo Morales no ha dejado de trastabillar y rodar por la pendiente del descrédito.

Más allá de estadísticas preelectorales, la labrada imagen de una hegemonía post-neoliberal se derrumba en el contrapunto entre el monopolio de coerción estatal y el deterioro de legitimidad interna de su dirección. No hay cortina de humo que distraiga de la crisis gubernamental y ni los intensos conflictos con el cooperativismo minero o los suboficiales de las FFAA, distraen el interés de la opinión pública por llegar al trasfondo de ese reflujo de sucias verdades que trasciende el forado del Ejecutivo.
Del juicio y sentencia al “Zar” Fabricio Ormachea en la Florida a la incriminatoria evasión del fiscal Marcelo Sosa al Brasil y del destape del enriquecimiento ilícito “BOA air catering” a las revelaciones de los arquitectos del “gabinete interventor” para judicializar a la oposición, la estabilidad del gobierno se desploma, mientras por toda explicación su devaluado equipo de propaganda no atina sino a acusar a la oposición de “conspirar” para acortar el prolongado verano político cocalero.
Pero no se acusa de tal complot a cualquier oposición; al menos no a esa oposición domesticada, siempre dispuesta a maquillar la esencia fascista del gobierno secundando falsos debates o dudosos comicios. La acusación es, en concreto, a la disfuncional y radical oposición en el exilio.
Como parte de esa “maléfica” hueste de expatriados, sin chance de redención o beneficio de duda, no nos queda sino apelar a ese sentido común, del que suele abusar la retorica oficialista, para restablecer un mínimo criterio de racionalidad en torno al pretendido “afán sedicioso” de quienes sufrimos la persecución gubernamental.
Y es que el MAS no tambalea por ninguna conjura entre exiliados y el Imperio para “aplastar” la devaluada “revolución bolivariana” sino como resultado de una crisis estructural, una crisis de hegemonía interna, en el sentido gramsciano. Una crisis de discurso y de autoridad, que opera a distintos niveles de esa desagregación política que hace años experimenta el “proceso de cambio”.
Con sus ex aliados en control de enclaves autónomos, “renegados” marginados del gobierno subvirtiendo a sus sindicatos, “disidentes” atrincherados en el Legislativo y “rebeldes” conspirando al interior del Ejecutivo, la estructura gobernante sufre una diáspora política y su dirección ya no es capaz de imponer consenso entre facciones. Es un conflicto interminable y pendular que, a escasas semanas de nuevos comicios nacionales, no le deja restablecer autoridad.
No es la oposición que le pone zancadilla al gobierno. Es Morales que, sin suficiente oficio para rematar sus tramoyas, se pisa los cordones y tropieza con los extremos sueltos de sus intrigas; con el cadáver de sus chivos expiatorios y los resabios insepultos de las purgas estalinistas entre sus verdugos y sus comisarios políticos. Son Villegas, Rodas, Soza y Ormachea, los prescindibles y los excomulgados del MAS, quienes hacen el boquete por donde supuran las pestilentes verdades de un régimen que para perpetuarse en el poder avasalló otros poderes, ejercitó terrorismo de estado y violó derechos humanos.
Evo debe dejar de usar de excusa a la oposición y aprender a atar sus nudos sueltos antes de embarcarse en nuevos comicios; o no habrá padrón, software ni control electoral que pueda garantizar la travesía cocalera, ni chance de culpar a terceros del naufragio político precipitado por su órbita de inescrupulosos fratricidas.
“Atar cabos sueltos”, eufemismo surgido de la certeza de que nauta que no ajusta amarras zozobra en la tempestad, es regla de oro en política. Y viendo en perspectiva las infidencias de esos operadores del MAS, traicionados y ofrecidos en holocausto para preservar al politburó evista, da la sensación de que la nave gubernamental entró en el ojo del huracán sin asegurar amarras.

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En un estado históricamente híper presidencialista, las universidades públicas, las prefecturas, las municipalidades, fueron reductos naturales de la democracia.
La autocracia sometió esos reductos, pero otros surgieron. La consistencia ideológica, el confinamiento, el exilio, son nuestros nuevos reductos. Desde ahí resistimos, urdimos, aguardamos, la hora de dar de nuevo batalla, el tiempo de recuperar la democracia.

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