Más
allá de estadísticas preelectorales, la labrada imagen de una hegemonía post-neoliberal
se derrumba en el contrapunto entre el monopolio de coerción estatal y el
deterioro de legitimidad interna de su dirección. No hay cortina de humo que distraiga
de la crisis gubernamental y ni los intensos conflictos con el cooperativismo
minero o los suboficiales de las FFAA, distraen el interés de la opinión pública
por llegar al trasfondo de ese reflujo de sucias verdades que trasciende el
forado del Ejecutivo.
Del
juicio y sentencia al “Zar” Fabricio Ormachea en la Florida a la incriminatoria
evasión del fiscal Marcelo Sosa al Brasil y del destape del enriquecimiento
ilícito “BOA air catering” a las revelaciones de los arquitectos del “gabinete interventor”
para judicializar a la oposición, la estabilidad del gobierno se desploma,
mientras por toda explicación su devaluado equipo de propaganda no atina sino a
acusar a la oposición de “conspirar” para acortar el prolongado verano político
cocalero.
Pero
no se acusa de tal complot a cualquier oposición; al menos no a esa oposición domesticada,
siempre dispuesta a maquillar la esencia fascista del gobierno secundando falsos
debates o dudosos comicios. La acusación es, en concreto, a la disfuncional y
radical oposición en el exilio.
Como
parte de esa “maléfica” hueste de expatriados, sin chance de redención o
beneficio de duda, no nos queda sino apelar a ese sentido común, del que suele
abusar la retorica oficialista, para restablecer un mínimo criterio de
racionalidad en torno al pretendido “afán sedicioso” de quienes sufrimos la
persecución gubernamental.
Y
es que el MAS no tambalea por ninguna conjura entre exiliados y el Imperio para
“aplastar” la devaluada “revolución bolivariana” sino como resultado de una
crisis estructural, una crisis de hegemonía interna, en el sentido gramsciano.
Una crisis de discurso y de autoridad, que opera a distintos niveles de esa desagregación
política que hace años experimenta el “proceso de cambio”.
Con
sus ex aliados en control de enclaves autónomos, “renegados” marginados del
gobierno subvirtiendo a sus sindicatos, “disidentes” atrincherados en el
Legislativo y “rebeldes” conspirando al interior del Ejecutivo, la estructura
gobernante sufre una diáspora política y su dirección ya no es capaz de imponer
consenso entre facciones. Es un conflicto interminable y pendular que, a
escasas semanas de nuevos comicios nacionales, no le deja restablecer autoridad.
No
es la oposición que le pone zancadilla al gobierno. Es Morales que, sin
suficiente oficio para rematar sus tramoyas, se pisa los cordones y tropieza con
los extremos sueltos de sus intrigas; con el cadáver de sus chivos expiatorios
y los resabios insepultos de las purgas estalinistas entre sus verdugos y sus comisarios
políticos. Son Villegas, Rodas, Soza y Ormachea, los prescindibles y los excomulgados
del MAS, quienes hacen el boquete por donde supuran las pestilentes verdades de
un régimen que para perpetuarse en el poder avasalló otros poderes, ejercitó
terrorismo de estado y violó derechos humanos.
Evo
debe dejar de usar de excusa a la oposición y aprender a atar sus nudos sueltos
antes de embarcarse en nuevos comicios; o no habrá padrón, software ni control
electoral que pueda garantizar la travesía cocalera, ni chance de culpar a terceros
del naufragio político precipitado por su órbita de inescrupulosos fratricidas.
“Atar
cabos sueltos”, eufemismo surgido de la certeza de que nauta que no ajusta
amarras zozobra en la tempestad, es regla de oro en política. Y viendo en
perspectiva las infidencias de esos operadores del MAS, traicionados y ofrecidos
en holocausto para preservar al politburó evista, da la sensación de que la
nave gubernamental entró en el ojo del huracán sin asegurar amarras.
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