El partido, jugado en Dunas de Natal, abrió con una definición impecable del delantero norteamericano Dempsey, apenas a los 31 segundos de juego.
El gol, ejemplo del pragmatismo que rige en el deporte, fue la criatura del sentido de oportunidad del delantero. No de la historia de su selección, ni de la tradición futbolera de los EEUU - que los galones a este juego los traía Ghana -, sino del hambre de gol de un jugador.
Desde ese momento el partido se tradujo en una previsible pulseta entre la técnica y las ganas; entre el depurado fútbol africano, dechado de habilidad física pulida en canchas de las mejores ligas europeas, y el modesto pero empeñoso soccer estadounidense.
Y entonces los comentaristas, esa plaga que infesta y contamina el espectáculo y el deporte, transformaron el fútbol en interpretación oficiosa y subjetiva de la estética, estadística, historia y meritocracia futbolera.
Fueron 90 munutos de insufrible verborrea y demagogia sobre la "inferioridad" técnica, la escasa disciplina táctica y finalmente el "inmerecido" triunfo parcial del equipo de Jurgen Klinsmann sobre Ghana; y sobre el inevitable e incipiente empate y la posterior y "justa" victoria de los africanos.
Tras el empate de Ghana a los 82, los agoreros declararon sus vaticinios cumplidos y, ya en tono de dioses que revelan el futuro, sentenciaron el partido en favor de los ghaneses. Se cumplían la lógica futbolística, la justicia divina y el orden natural de las cosas: un equipo sin tradición ni cartelera que en un arranque de fortuna "rozó" la gloria por un segundo, no era suficiente para imponerse a la naturaleza superior del otro fútbol, el de la lógica, las estadísticas, los héroes y el sentido común.
Pero a los 86 el juvenil germano-americano Brooks sepultó los paradigmas y la racionalidad de los agoreros que a lo largo de 16 cadenas de la televisión hispana tejían razonamientos sobre cómo la realidad estaba a punto de constatar su depurada lógica futbolística, producto de la experiencia y la intuición de las "vacas sagradas" del fútbol, pero más aún de la lógica del fútbol.
Se olvidaron que la lógica no gobierna al deporte y que, desde las Termopilas hasta el Coliseo en Roma, las únicas estadísticas que cuentan entre dos ejércitos enfrentados son el tamaño del corazón y las ganas de vencer.
Es cierto, EEUU es un país sin tradición futbolística, su soccer carece de la gracia del "jogo bonito", de la disciplina estratégica del "calcio" y sus jugadores del talento estético de otras más meritoria y longevas tradiciones futbolísticas.
Ahora recuerden esto: si alguna ley gobierna al fútbol, no es la de la prosapia o la meritocracia, sino el sentido de oportunidad y el elemento sorpresa y ambas son cualidades innatas de los norteamericanos.
Traten de recordar, Oh sus divinas Señorías, Custodios de la Lógica Deportiva, que el fútbol son goles y no buenas razones antes de contaminar otra fecha de la Copa con peroratas delirantes de iluminados sobre la imprevisible naturaleza de la voluntad humana.
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