martes, 17 de marzo de 2009

Importar ánforas para diciembre


Erick Fajardo Pozo

Sospeche lo indecible, imagine lo impensable y tendrá la justa medida de lo que es capaz Evo Morales en el afán de perpetuar su residencia en Palacio Quemado.

Semanas atrás el economista Humberto Vacaflor sentenciaba que en enero Evo “forzó las cifras” demasiado; que para volver a ganarle a la lógica y a la historia en diciembre tendría que “importar ánforas selladas”; que “la criatura” estaba virtualmente derrotada (Cf. La Razón 02/15/2009).

Ironía de ironías, no se cumple un mes de tan optimista vaticinio y el MAS tiene virtualmente aprobado el instrumento jurídico que creará las condiciones formales para un gran fraude en el exterior. La exégesis con que Vacaflor pretendió satirizar el dilema oficialista quedó corta ante la firme decisión gubernamental de importar ánforas para diciembre.

Evo se lo advirtió al país, ellos llegaron para quedarse. No hay diques morales ni jurídicos que medien en la estrategia de poder del MAS y García Linera se lo recordó a senadores esta semana: ellos no deciden nada. Si la Cámara Alta no ha cumplido con la formalidad de refrendar hasta principios de abril la ley del Régimen Electoral Transitorio del Poder Ejecutivo, el Congreso –el único lugar donde el MAS es realmente mayoría– lo hará.

Y es que nuestro peor temor, nuestra susceptibilidad en apariencia más ilógica e infundada, le resulta al MAS perfectamente racional en función de su proyecto de poder. Habrá voto en el exterior y las condiciones del empadronamiento que el Gobierno ha expresado la decisión de imponer hacen que nuestros peores temores se tornen en realidades eventuales.

El martes, el canciller Choquehuanca lo anunció oficialmente: Con esta ley, para habilitarse y votar en el exterior los migrantes no necesitan tener una “condición regular”. En realidad no se necesitará nada, excepto la decisión de declararse boliviano y registrarse como tal en un Consulado de nuestro país (Cf. La Razón, 03/10/2009).

¿Y quién fiscalizará la administración del empadronamiento electoral en esos reductos de extraterritorialidad del Ejecutivo que son las agencias consulares en el exterior? ¿Está la Corte Nacional Electoral en posición de ofrecer alguna garantía de administración transparente de ese proceso o que su actitud será menos parcial de lo que ha sido hasta hoy? Porque, en los hechos, el registro electoral en oficinas consulares no es más confiable que la bochornosa emisión de cédulas de identidad en casas de campaña del MAS el 2008.

Cuántas veces en los últimos tres años habremos deseado todos que esta pesadilla dure lo que una salva de cohetes. Pero Evo es una penosa realidad con la que tendremos que aprender a vivir; es un síntoma de la crisis de Estado que nos acompañará el tiempo que le tome al país resolver sus problemas estructurales y a la clase política superar su cultura electorera. Nadie va a frenar este proceso de funcionalización de los mecanismos electorales con un golpe de suerte de último momento o soslayando la amoral capacidad de improvisación del MAS.

De ahí la convicción de que asumir que “Evo está derrotado” y que en diciembre no habrá fraude que pueda evitar que el Gobierno pierda, sería pecar una vez más de un optimismo peligrosamente próximo a la ingenuidad y que ha sido responsable de empujar a la ciudadanía a concurrir a las urnas en dos ocasiones, sin la menor garantía de que los resultados reflejen lealmente su voluntad soberana.

Está en proceso una orden de ánforas llenas desde el exterior. El Gobierno es capaz de eso y de cualquier otra cosa que el resto de los bolivianos podamos considerar contraria a la norma, al principio o a la ética.

En un estado históricamente híper presidencialista, las universidades públicas, las prefecturas, las municipalidades, fueron reductos naturales de la democracia.
La autocracia sometió esos reductos, pero otros surgieron. La consistencia ideológica, el confinamiento, el exilio, son nuestros nuevos reductos. Desde ahí resistimos, urdimos, aguardamos, la hora de dar de nuevo batalla, el tiempo de recuperar la democracia.

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