domingo, 10 de enero de 2010

¿Para qué quedarse? ¿Por qué no callar?


"You'd better stand tall when they're calling you out.Don't bend, don't break, baby, don't back down" (Its my life - Bon Jovi).


El cinco de diciembre, apenas horas antes del verificativo electoral más trascendental y decisivo para la historia de ocho millones de bolivianos, tenía lugar en un hospital de Cochabamba un hecho paralelo, aunque de importancia circunscrita a una pequeña y convulsionada familia: Nacía ese día Leticia Fajardo Peredo, nuestro segundo hijo.

La nombramos así por mi tía abuela, hermana de mi abuelo Jorge y esposa de Adolfo Perelman, un anarquista argentino que en los 60 huyó de la metamorfosis autocrática del peronismo y se refugió en Oruro. Si para algo determina tu futuro el nombre que recibes, de Leticia esperamos una poetisa o una literata, para compensar la carga ideológica y el temple combaiente que le legaremos sus padres.

En horas previas a la consumación de represalias contra quienes sobrevivimos al desafío de ser oposición en diciembre de 2009 - y de seguirlo siendo -; entre mis reflexiones se me ocurrió que el mejor pretexto para desentenderos del previsible desenlace de la dispar lucha contra este gobierno, y salir de Bolivia, era el nacimiento de una hija en vísperas de los comicios.

Sin arraigos y sin órdenes de aprehensión, Leticia era el pretexto ideal para hacer un viaje y permanecer a salvo de lo que vendría, tras que la Corte Electoral decretara la continuidad del régimen Morales - García Linera.

¿Entonces por qué no lo hicimos? ¿Por qué quedarnos a cubrir la retaguardia de un proyecto del que la mayoría quiere hoy desentenderse, pese a haber logrado articular a una oposición condenada a la dispersión?

Quizá nos quedamos por aquella gente que no se rinde, que no cede a la resignación tan sólo por la esperanza de encontrarnos cada día en la trinchera de su televisor, cuestionando con razón y consecuencia el atropello de los que gobiernan. Por esos compañeros que buscan una idea, una línea, una voz para justificar su terco sentimiento de no aceptar como absoluta la derrota de diciembre.

Quizás fue porque es difícil abandonar a Leopoldo, luego de haberlo acompañado en la defensa de La Paz y ayudado a remontar el lapidario 6% que nos daban todas las encuestas, hasta alcanzar un digno 18%, que bajo estas circunstancias es un tributo al valor y determinación con que combatimos solitarios en La Hoyada paceña.

O quizás fue por "La canción de Roldán", una versión ilustrada del "Cantar de Rolando" que escribió Turoldo y que mi abuelo grabó en mi habitus en interminables jornadas de lectura nocturna. Mucho pesa después de los 30, cuando te han contado antes de los 6, la historia de un paladín francés que jamás se entrega y que es ultimado por los sarracenos, mientras se queda a cubrir la retirada de Carlomagno.

Pero tal vez, sólo tal vez, decidimos quedarnos por el extraño sentimiento que me embarga cada vez que paso por la interjección de las calles Baptista y Mayor Rocha, donde yace un silencioso héroe, un púber guerrero - cada vez más anónimo - que perdió la vida protegiendo la de su canoso padre; luchando sin saberlo para defender ese concepto identitario fundamental que es la familia.

Hoy, 11 de enero de 2010, a tres años de haberse roto el "largo silencio cochabambino", me ha regresado la voluntad de escribir. importantes razones hubo para dejar de hacerlo los últimos ocho meses; importante es la razón que me impele a volverlo a hacer: Hay razones y hay urgencia de no callar, de no dejarnos acallar, de recordar.

Cristian, Manfred, Leopoldo, son razones que no debemos olvidar. Cada uno de ellos ha superado ya sus errores y sus debilidades. No son más hombres, sino símbolos de lo que una vez quisimos y seguiremos añorando para Bolivia. No son más los mitos siniestros que sobre ellos construyó un gobierno que destruye primero la imagen y después a la persona, sino que son la esperanza de que lo bueno ausente retorne algún día.

Son el ejemplo vivo de la capacidad de sacrificio, amor filial y desprendimiento; encarnan fortaleza, vocación de trabajo, eficiencia y sensibilidad social; son ejemplo de experiencia, paciencia y templanza aun en los peores momentos. Todos ellos son razones para no olvidar este momento de la historia, para resistir y para recordar quiénes somos, por qué hicimos lo que hicimos y qué queremos.

La sentencia está dictada. Sabemos que el costo político de ser una oposición de verdad será extremo, pero sabemos también que cuando vengan a buscarnos no nos hallarán de rodillas. Que el ejemplo de lo que hicimos - sin recursos, sin garantías, sin protección y sin perder nunca la esperanza - será más fuerte en el recuerdo de quienes creyeron en nosotros, que las mentiras del poder y la ponzoña de sus escribanos, frustrados por seguir sintiendo el sabor de la derrota, aun en su pírrica victoria.

Decidimos quedarnos porque apostamos a ser el recuerdo fresco del abuso y de la esperanza en tiempos mejores; a ser la herida abierta de lo ocurrido y la voz inacallable que denuncia los excesos y la violencia sobre la que se edificó la mentira de una revolución sangrienta y corrupta.

Si nos quedamos, es porque nuestra sola presencia será un mensaje de rebeldía que ninguna celda y ninguna prisión lograrán contener. Si nos quedamos Cristian tendrá un significado, no será olvidado; si nos quedamos Guillermo y Leticia tendrán un legado de dignidad infinitamente mayor que la seguridad del exilio.

Muchas veces traté de imaginar qué pensó Cristian a momento de decidir entregar su vida por la de su padre; o qué pensó el valiente conde Roldán cuando el número de los musulmanes terminó por rebasar su coraje. Ahora se que su mayor anhelo fue que sus pares alcanzaran a escuchar el lamento de su cuerno Olifante, descifrando su mensaje de alerta, antes que él dejara de soplar; y
se también que su mayor consuelo fue saber que Carlomagno llegó a salvo y que el líder de la cristianidad volvería a pedir cuentas a los infieles.

Al fin y al cabo, no hay peor muerte que el olvido de los tuyos y no hay peor derrota que dejarse imponer el silencio. Por eso nos quedamos, a esperar el retorno justiciero y vengador de la democracia.

En un estado históricamente híper presidencialista, las universidades públicas, las prefecturas, las municipalidades, fueron reductos naturales de la democracia.
La autocracia sometió esos reductos, pero otros surgieron. La consistencia ideológica, el confinamiento, el exilio, son nuestros nuevos reductos. Desde ahí resistimos, urdimos, aguardamos, la hora de dar de nuevo batalla, el tiempo de recuperar la democracia.

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