martes, 6 de septiembre de 2011

Hasta siempre, camarada Tano

Encontré por primera vez a Cayetano Llobet, el socialista, en una vieja edición de Presencia, mientras hacía una tarea escolar sobre la dictadura. Casaca de miliciano, barba y melena generosas, Tano fue inmortalizado por la lente del reportero días antes a los comicios que darían a Marcelo Quiroga Santa Cruz y los suyos el boleto al parlamento.
Reencontré a Cayetano, el analista, de manera casi inconciente en 1990 en la televisión. Camisa y corbata, socialista desencantado de los desmanes del comunismo asiático, algo más liberal, pero igual de vehemente. Su análisis de las noticias en ATB y luego en PAT fueron telón de fondo de las tareas de secundaria y referencia forzada de debate en las aulas de la universidad pública.
Pero fue sólo hasta el conflictuado 2007 que tuve el privilegio de conocer en persona a Cayetano, el autonomista, el estratega, el hombre. Tras el incendio de la Prefectura de Cochabamba, en “enero negro”, me tocó recoger en el papel la retórica magistral de Tano, mientras componía sobre la marcha, en una improvisada pieza de oratoria, los temas centrales del mensaje que el primer prefecto electo de Cochabamba daría tras la intentona oficialista de derrocarlo.
Tras esa primera experiencia, acompañé con regularidad la lucidez de su reflexión. Para los prefectos invocar su voz de augur era condición irrenunciable de decisión, previo a cabildos, paros cívicos y diálogos entre Evo Morales y el Consejo Nacional Democrático – concepto probablemente acuñado por él.
Bajo su intuitiva lectura de las acciones tácticas del MAS y su comprensión dialéctica de aquel momento político, el estado mayor autonómico, usualmente plagado de anodinos palaciegos y otros ocasionales parásitos, se tornaba en un verdadero consejo de guerra.
Su claridad sobre la naturaleza jacobina de la fauna gubernamental y su certeza sobre el escenario de desenlace que sobrevendría era nítida. La opinión y la firma de Cayetano marcaban una línea moral que mantuvieron a raya la lógica transaccional de aquella – Tano dixit – “partidocracia residual” que acechaba a los prefectos.
Sus consejos labraron las victorias del movimiento autonómico. Conocía con suficiencia de cartógrafo las posibilidades de moverse en ese escenario político-militar complejo y entrampado que él mismo definió como “regionalización del poder”.
Las dolencias de un cáncer incipiente y el endiosamiento prefectural alejaron su voz del Conalde. El 4 de julio de 2008 todo lo ganado en esa guerra de guerrillas, planificada con maestría de general cartaginés, se vino abajo con la decisión de apostar al Revocatorio inconstitucional.
Leyendo su autobiografía uno termina de entender por qué Tano fue uno de los escasos políticos que entendieron que ese momento de la historia no tendría un escenario de resolución democrática, salvo que este le conviniera al MAS. Hay que haber estado en Europa en mayo de 1968 y en la Asamblea Popular de 1971 para entender que Morales y García Linera no dejarían el poder voluntaria y democráticamente.
Guardo su imagen de gladiador infatigable arengando a la resistencia a prefectos, alcaldes y cívicos de seis regiones, mientras luchaba en silencio contra su propio enemigo interior; y conservo, honor de honores, sus consejos en las ya más reducidas reuniones de la resistencia al Revocatorio en Cochabamba.
Demasiados paralelos, demasiado en común para ser un epítome objetivo. Criatura de la izquierda puesta por la historia frente la izquierda, otro marxista más para acompañar mi propio desencanto del eclecticismo que recicló, sin pudor, los resabios del bolchevismo castrista, el maoísmo aymara y aun el guevarismo de café, con el sindicalismo cocalero.
Hoy los paralelos son más todavía – el exilio, las propinas, la incertidumbre por lo que dejamos, la amargura por los que perdimos – y sin duda en un futuro breve, serán aun mayores. Lo busqué sin suerte el DC en agosto pasado, tras oírlo vaticinar en CNN el desenlace del gobierno de la coca en la era Sanabria.
Me queda su legado de actitud irreductible frente a las circunstancias, de desafiar a la muerte y perecer con dignidad en la lucha, de no entregarse ni entregar al camarada; de buscar la excepcionalidad y opinar con libertad; de ser consecuente con sus principios, aun sabiendo que podrían ponerle hoy contra la derecha lo mismo que mañana frente a las izquierdas.
La causa autonómica, a la que tanto le dio, le debe a Llobet el desquite. Conflicto irresuelto, insurrección inconclusa, no habrá mejor tributo que el inevitable retorno de la rebelión autonómica, orientada por sus escritos e inspirada por el ejemplo de su actitud irreductible.
Hasta que la historia nos reúna de nuevo, sea en el frente autonómico o en sus páginas, camarada Tano.

En un estado históricamente híper presidencialista, las universidades públicas, las prefecturas, las municipalidades, fueron reductos naturales de la democracia.
La autocracia sometió esos reductos, pero otros surgieron. La consistencia ideológica, el confinamiento, el exilio, son nuestros nuevos reductos. Desde ahí resistimos, urdimos, aguardamos, la hora de dar de nuevo batalla, el tiempo de recuperar la democracia.

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