No tenemos más pista que el insistente
ruego de Guillermo, que durante todo el trayecto de la visita al Zoológico Smithsoniano
el sábado, exigió, demandó, trató de negociar y finalmente rogó por asistir al
Rolling Thunder. “Miles de motoqueros envainados en cuero y tatuajes, dijo él, correrán
por DC”.
Una oscura mancha muda y gigantesca en el
parqueo sur del Pentágono capturó nuestros sentidos al llegar. Mezcla de metal
y cuero negro, la concentración-exposición de motocicletas americanas de marca –
en su mayoría Harley Davidson – crece
ocupando de a poco los lotes de parqueo del icónico edificio del Departamento de
Defensa.
La curiosidad es grande y el parqueo es
gratis, así que después del insalvable rito de digitalizar nuestras imágenes en
el contexto de esa escena viviente de los Hijos de la Anarquía, nuestra familia
emprendió el largo periplo hasta los monumentos nacionales.
Y ahí estábamos, cruzando el puente que une
el Cementerio de Arlington con el Lincoln Memorial, indistinguibles entre el éxodo
de turistas-fotógrafos y migrantes-tuiteros, entre una monumentalidad ya casi
sin otro significado que su dimensión arquitectónica y su extensión física,
cuando nos sorprendió el espectáculo.
Entre el rugido de mil motores una colorida
y desordenada horda de caballería tomó por asalto la capital. Barbas y tatuajes
a lomo de artísticas e irrepetibles esculturas mecánicas. La estética visual
del fenómeno embriaga todos los sentidos pero no transmite ningún otro significado
que el que las experiencias previas o la imaginación del espectador le asignen.
Hasta que de en medio de la interminable caravana una madre, ¿o quizá una esposa?, le
lanzó algo a mi hijo. Un pedazo de
silicona amarilla con una inscripción: “P.O.W. Sgt. Bowe Bergdahl. US Army Afghanistan
6/30/09”. Entonces empezamos a entender.
Marginados por la barrera del idioma y la
auto-enculturación, la creciente mayoría de hispanos vivimos emplazados pero
sin terminar de conectarnos con este país; atrapados entre el trabajo y las
redes sociales, ignoramos el sentido y el significado de un país que le ha dado
a sus ritos – vaya paradoja – una monumentalidad y una espectacularidad que distraen
de su significación antes que reafirmarla o difundirla.
El trueno rodante es un desfile para no
olvidar a los excombatientes de este país; a los soldados caídos (cada vez más hispanos)
y desaparecidos en acción; a los hijos y esposos que pelearon bajo esta bandera
y bajo estos símbolos cuya monumentalidad embriaga la percepción, pero ya casi
no dice nada a una generación de tuiteros que capturan el espectáculo en
tabletas y teléfonos inteligentes, pero ignoran la historia, su historia, detrás
de la imagen y la circunstancia.
Practicamos
una ritualidad intensa pero carente de sentido, ayer asistimos al memorial de
una madre que no olvida a su hijo Bowe, prisionero en Afganistán; a las exequias
de esos miles que se sacrificaron por ser parte de ese sueño que muchos aun
perseguimos, y casi ni nos enteramos.